On 19 mar 2012 7 comentarios

Llegamos tarde, como es costumbre. Liga – Emelec siempre ha sido un partido interesante y atractivo; y aquel domingo no fue distinto. Los graderíos asomaban colmados, pintados, como en una acuarela volátil, de azul y blanco. En el tapete verde de la cancha el balón ya rodaba hipnótico.

La bandeja alta de la general norte, nuestro lugar favorito para vivir el ritual que envuelve al deporte más hermoso del mundo, estaba llena a reventar. Apurados, intentando no perder detalle de lo que sucedía en la cancha, nos acomodamos en la bandeja inferior, junto a la murga que enciente la fiesta con sus bombos y trompetas, que espanta, con sus ritmos de júbilo, la ansiedad y el nervio.


El baile a nuestros alrededor era contagioso, frenético, y nosotros nos dejábamos llevar por sus compases a pesar de que siempre nos gustó vivir el fútbol de otra manera: quizás en silencio, mordiéndonos las uñas, apretando los puños, intentando entender cómo estaban distribuidas las fichas sobre el tablero, intentando saber qué pasaba por la cabeza de los ajedrecistas.

– La fiesta del fútbol – pensé en voz alta, mientras mis sentidos intentaban concentrarse en los trazos blanco que van tejiendo, con el balón, los jugadores.

Y la fiesta parecía aún más vivaz al otro lado de la cancha, en los graderíos de en frente, en los que las barras contrincantes vivían su partido aparte, un partido en el que el ganador es el que más alienta, el del mayor aguante. Una fiesta que, sin embargo, y sin que nosotros lo supiéramos aún, estaba rota, estaba ennegrecida: mientras otros cantaban y bailaban, un ser humano moría luego de ser agredido por sus semejantes.

Sangre derramada. Sangre que no solo manchó la mano del vil ofensor, ni empañó solamente a esa fiesta o a esa barra, ni afrentó únicamente los colores de una camiseta o los postigos de un deporte, manchó, en definitiva, las raíces de una sociedad que es construida día a día por nosotros, por nuestros actos y nuestras apatías, por nuestras palabras y por nuestros silencios. Una sociedad cuyas fracciones, lamentablemente, están fraguadas con fanatismo, violencia e intolerancia. Es lo que somos, o lo que hemos hecho de nosotros.

Qué lejos quedan los días en los que era posible ir a un partido de fútbol y sentarse junto a un desconocido que vestía la camiseta del rival y estrechar su mano sin importar el resultado del encuentro. Después de todo el fútbol no era más que eso: un juego que a veces regala pequeñas tristezas y otras tantas, efímeras alegrías. Y ésta es una generación que ha perdido eso y muchísimo más, amasada con el fanatismo de nuestros líderes, con la intransigencia de los dueños de lo cierto, cocida con la maña tramposa del más vivo. Pero también es una generación que aún tiene el tiempo y la fuerza necesaria para cambiar el rumbo de las cosas. Una generación que aún puede sembrar paz y tolerancia para que los que vienen detrás, nuestros hijos, algún día las cosechen y las disfruten.

De corazón espero que la muerte de ese muchacho, que seguramente tenía cosas en común conmigo y con todos ustedes, que tenía sueños, ganas de vivir, no sea en vano; que sea, por el contrario, el comienzo de una toma de conciencia que debemos impulsar en todo ámbito, en nuestros hogares, en nuestros lugares de trabajo, en los estadios de mundo. Y es aquí en donde quiero ofrecer un aplauso para ustedes, mis amigos, que ante un llamado a la paz acudieron masivamente rompiendo todos los records HoldemUIO, que no dudaron en ponerse las camisetas de sus equipos, en representarlos, y en abrazarse al otro demostrando que la tolerancia es posible, que el mundo tiene la voluntad de ser otro, de ser mejor, quizás más humano.







Suena el silbato, el partido termina. Ineludiblemente regresamos a la realidad sintiéndonos idénticos, sabiendo que la victoria no nos hizo mejores ni peores personas, sabiendo que el mundo sigue girando y que a la vuelta de la esquina hallaremos mil cosas más importantes: yo, por ejemplo, solo sueño con llegar a casa.

“You may say I´m a dreamer, but I´m not the only one”



On 9 mar 2012 7 comentarios

Estimado colegas del vicio, dos semanas alejado del paño verde es demasiado tiempo, así que el próximo lunes, si Dios lo quiere, estaré nuevamente entre ustedes, leyéndoles los blofs y pagando todo: "alguien tiene que pagar".

Para esta quinta fecha tenemos un nuevo y único requisito indispensable: vestir la camiseta de su equipo ecuatoriano favorito. No se preocupen, no es para cargarles o gastarles bromas, todo lo contrario, es para enviar un mensaje al mundo: el fútbol, como el poker, es una fiesta de paz, de unión en medio de la diversidad, de amistad y respeto sobre todas las cosas.


Desde ya, gracias por unirse a esta pequeña pero sentida iniciativa, que por cierto, será cubierta por un medio de prensa nacional.

Les dejo la tablita de las cuatro primeras fechas acumuladas. Hasta el lunes amigos.